La industria de la alimentación parece haber encontrado
nuestro punto débil: alimentos muy agradables a nuestro paladar.
El problema es que estos alimentos son, por lo general,
altamente procesados y muy ricos en grasas y azúcar. ¿Qué papel juega el
cerebro en esta situación?
Según un reciente artículo del Instituto de Nutrición Humana
de la Universidad
de Columbia:
“Básicamente, los alimentos agradables al paladar están muy
adaptados al gusto humano, para ello son altamente procesados y muy altos en
grasas, saborizantes, aditivos y azúcares. Los estudios han demostrado que
estos alimentos, no sólo estimulan el apetito, sino que estimulan la velocidad
con la que los consumimos y comer rápidamente se presta para comer en exceso, debido
a que perdemos la noción de la cantidad de alimentos que consumimos. Además,
está demostrado que afectan el sistema de recompensa del cerebro de la misma
manera que lo hacen los opioides, por lo tanto, el consumo de alimentos
agradables al paladar predispone al ser humano para el comportamiento
adictivo”.
¿Qué ocurre en el cerebro?
Las investigaciones han señalado que el consumo de alimentos
de sabor agradable, en conjunto con el aumento de peso, causan la
insensibilidad de los receptores de la dopamina D2 en el sistema de recompensas
del cerebro. Menos recompensa se traduce en una necesidad de mayor consumo de
estos alimentos, que a su vez conduce a una mayor ganancia de peso, lo que
genera una mayor insensibilidad de la dopamina y la disminución de la
recompensa; y así sigue en un círculo vicioso.
Este proceso muchas veces genera estrés en la persona,
cuando éste se hace persistente, el cerebro utiliza a los alimentos como
una droga para intervenir en la fisiopatología del estrés. Esto lo vemos cuando
una persona está angustiada por su exceso de peso y trata de calmar su estado
emocional comiendo.
El papel de la leptina
La leptina es una hormona que regula la ingesta de
alimentos, también es importantes en el almacenamiento de grasa.
La leptina es secretada por el tejido adiposo y es la encargada
de la regulación del equilibrio energético mediante la supresión de la
alimentación, dicho de otro modo, es la encargada de avisarnos que estamos saciados,
que ya no debemos comer más. Esta hormona es liberada al torrente sanguíneo y
se une a receptores que se encuentran en varias regiones del cerebro, sobre
todo en el hipotálamo.
Una señal de leptina, en base a la información de nutrientes
del estómago, inhibe el circuito del cerebro que regula las ganas de comer, o
sea, esta señal de leptina suprime el apetito.
Cuando la leptina está funcionando correctamente, impide que
comamos en exceso. Cuando comemos de más, se produce un aumento de la leptina
circulante.
Hace unos años se descubrió que los alimentos procesados ricos en grasas y azúcares provocan que nuestro organismo secrete menos leptina.
Hace unos años se descubrió que los alimentos procesados ricos en grasas y azúcares provocan que nuestro organismo secrete menos leptina.
Si ha leído atentamente, ya se habrá dado cuenta lo que
significa que secretemos menos leptina y por lo tanto, que haya menos de esta hormona circulando en nuestro torrente sanguíneo. Si acertó, menos leptina equivale a que el aviso al cerebro de que
ya comimos lo suficiente llegará más tarde, eso significa que comeremos de más.
¿Por qué el cerebro no nos protege de esta “trampa”?
Volvemos a citar el artículo del Instituto de Nutrición
Humana de la Universidad
de Columbia:
“…con respecto a los alimentos muy agradables al paladar, nuestro
cerebro prácticamente no tiene ningún medio de defensa, por la sencilla razón
de que es engañado. Este tipo de comidas provoca que nuestro organismo
secrete menos leptina, esto provoca que el cerebro reciba señales confusas y
por lo tanto, que comamos de más. El gran problema es que (y aquí está un poco
la clave de todo) evolutivamente nuestro cerebro no está preparado para que
nuestras papilas gustativas reciban alimentos tan agradables, tanto en sabor
como en textura, este tipo de alimentos van mucho más allá de cualquier
evolución del cerebro. Nuestros antepasados no comían porque los alimentos eran
‘ricos’ sino que se alimentaban para saciar el hambre, es en ese ámbito dónde
nuestro cerebro ha evolucionado”.
Algunas consideraciones a tener en cuenta:
- En una persona sana, el cuerpo es capaz de comunicarse de manera efectiva con el cerebro a través de las hormonas como la leptina, en cambio en una persona obesa, diferentes razones interfieren en la comunicación entre el cuerpo y el cerebro
- El comer en exceso, eleva los niveles de leptina en el torrente sanguíneo, si esta situación se produce muy a menudo, este exceso continuo de leptina puede dañar el hipotálamo, lo que hará que éste pierda la sensibilidad a la leptina.
- Innumerables estudios han demostrado que el abuso emocional, físico, sexual o psicológico en la infancia, puede provocar un daño en el hipotálamo. Como hemos visto, el hipotálamo es clave ya que es allí donde la leptina se une a los receptores del cerebro para informar que estamos saciados.
- El consumo de alimentos procesados paralelamente con el aumento de peso, provoca la insensibilidad en los receptores de la dopamina D2 en el sistema de recompensa del cerebro. Menos recompensa se traduce en un mayor deseo de consumo de este tipo de alimentos, que a su vez conduce a una mayor ganancia de peso.
- ¿Es posible revertir esta situación? Algunos estudios sugieren que sólo comer entre las 10 de la mañana y las 6 de la tarde, o sea, no comer nada antes de las 10 am y no comer nada después de las 6 pm, tiene enormes beneficios para la restauración de las señales de neuroquímicos y hormonas en el cerebro.