De las enfermedades denominadas 'crónicas', los trastornos alimentarios ocupan el tercer lugar en el mundo. Aunque dichas patologías también las sufren hombres, son las mujeres las que predominan en todos las franjas etarias y sociales. Se calcula que, aproximadamente, el 3% de ellas sufrirá de anorexia nerviosa en algún momento de su vida, y casi un 4% de bulimia.
Estudios recientes han relacionado a los trastornos
alimenticios con alteraciones de algunas funciones cognitivas. Las evidencias
apuntan a problemas con el razonamiento visuo-espacial y la función motora.
El razonamiento visuo-espacial es la capacidad para procesar
información visual que impliquen procesos con la memoria espacial. La función
motora es la respuesta a estímulos a través del movimiento muscular.
Más importante aún, el funcionamiento del sistema ejecutivo
central parece estar alterado en algunas personas con desórdenes alimenticios.
Dicho sistema es, en cierto sentido, un director de orquesta que coordina
muchas tareas cognitivas, como por ejemplo, la toma de decisiones, la
planificación de tareas y la focalización de la atención.
Es sabido que las personas con trastornos alimenticios a
menudo tienen pensamientos persistentes y obsesivos con la comida, el hambre,
el ejercicio, el peso y el cuerpo en general. Estos pensamientos repetitivos
logran que se agoten otros recursos cognitivos, dejando menos capacidad para
planificar otras decisiones y realizar otras tareas. También, es muy posible
que la mala nutrición ayude a disminuir dichos recursos. Con respecto a este tema siempre existieron dos teorías:
Teoría 1: La relación entre los trastornos alimenticios y la
disminución de la función cognitiva trata acerca de la disminución de los
recursos cognitivos causados por la constante desnutrición y el pensamiento
obsesivo acerca de la comida. Entonces, si esta teoría es
correcta, la función cognitiva debería volver a niveles normales si una persona
que tenía un trastorno de alimentación se pone mental y físicamente saludable.
Teoría 2: En estas personas, la disminución de la función
cognitiva es permanente y no va a llegar nunca a niveles normales, incluso si
el individuo se pone física y mentalmente saludable. Es decir, dicho deterioro
es permanente, y podría ser un estado preexistente, o podría ser causado por un
daño permanente como resultado de, por ejemplo, la desnutrición.
Para poder distinguir entre estas dos teorías, el Centro de
Nutrición Humana de la Universidad Johns
Hopkins realizó en el año 2014 una serie de experimentos con personas bulímicas
y anoréxicas.
En estas exploraciones, personas con dichas patologías debieron
completar una serie de ejercicios tales como categorización de objetos, trabajos
de comprensión lectora y tareas relacionadas con la memoria espacial.
Los resultados indicaron que los pacientes anoréxicos
estuvieron, en promedio, 15 puntos por debajo de la media de control. Y las
personas bulímicas 5 puntos por debajo.
Posteriormente se realizaron las mismas pruebas a personas
que habían sido anoréxicas y bulímicas, pero que se habían recuperado. En este
caso, los resultados indicaron que apenas pudo verse una pequeña mejora, pero
siempre muy alejados de la media saludable. Por tanto, es altamente factible
que el estado actual de una persona con un trastorno alimenticio puede no ser
toda la historia.
Estudios adicionales parecen apoyar esta conclusión. En una
investigación longitudinal realizada en la Universidad de
Gotemburgo (Suecia), las personas evaluadas durante la adolescencia, cuando
estaban afectadas por un trastorno alimenticio y posteriormente, 18 años
después, cuando el 84% se consideraba completamente recuperado. Los resultados
de distintas pruebas no mostraron grandes variaciones, incluso algunos
participantes mostraron un peor desempeño, casi 20 años después, bien
alimentados y sin ningún diagnóstico médico. Por otra parte, la visualización
del cerebro con resonancia magnética funcional reveló algunas anomalías en la
mayoría de los participantes, como ser alteraciones del caudal sanguíneo en los
lóbulos temporales o una materia gris de menor tamaño que lo normal.
Ciertos problemas mejoraron después que algunos pacientes se
trataron exitosamente de su patología, lo que estaría indicando que la mala
nutrición es una parte del problema. Pero también es cierto que, en muchos
pacientes, estas mejoras no ocurrieron.
En conjunto, estos resultados apoyan la teoría 2. Es decir,
las personas con trastornos de alimentación no se recuperan completamente,
incluso después de tratamientos exitosos.
Es posible que la desnutrición dañe el cerebro de personas con
este tipo de trastornos. Alternativamente, estos déficits de habilidades
cognitivas también podrían haber estado presentes antes de la aparición de la
enfermedad. Lo cierto que es difícil distinguir los efectos
de daños cerebrales preexistentes.
Una cosa es clara: las personas con trastornos de
alimentación a menudo tienen problemas cognitivos leves. Estas deficiencias
pueden tener consecuencias de largo alcance, como por ejemplo, el aumento en la
probabilidad de recaída después del tratamiento. Obviamente, los problemas
cognitivos no desaparecen después de que el paciente luce recuperado.
Reconocer estas deficiencias es la mejor manera de promover
un mejor entendimiento de los trastornos alimenticios y también de las
personas que los sufren. Como resultado, es de esperar mejores tratamientos y
recuperación para todos los involucrados.
Referencias:
http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/19856232
http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/15264711
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