La obesidad es una de las principales causas de muerte a
nivel mundial. Todos sabemos que el exceso de peso nos puede acarrear desde
diabetes hasta serios problemas en nuestro sistema cardiovascular.
Comer en forma compulsiva está estrechamente asociado a la
obesidad. Veamos como funciona este hábito en las personas.
Los hábitos son formas simples de aprendizaje que se repiten
con frecuencia y tienden a ocurrir inconscientemente.
Por ejemplo, cuando entras a una habitación oscura, lo
primero que haces es encender la luz, este hábito tiene como fin, una meta:
tener luz, o sea, accionas el interruptor para lograr un objetivo. Esto es
igual que todos los hábitos que están dirigidos a un objetivo, está motivado
por las consecuencias.
Suponte que se te ha quemado la bombilla y se te olvidó
cambiarla. De cualquier manera, la próxima vez en entras en la habitación,
accionarás el interruptor para encender la luz. Este hábito es un
comportamiento de estímulo y respuesta.
El estímulo de entrar en una habitación oscura y querer luz
y la respuesta automática es accionar el interruptor.
De esta forma, los hábitos de estímulo-respuesta difieren de
hábitos dirigidos a un objetivo porque están motivados por estímulos en lugar
de resultados.
La diferencia de los hábitos
La ciencia ha hecho hace tiempo, la distinción entre las
conductas dirigidas a objetivos y los
comportamientos de estímulo-respuesta.
Comer en forma normal es una conducta dirigida a un objetivo, nutrir
al cuerpo.
Comer compulsivamente es un comportamiento de
estímulo-respuesta.
Los estímulos pueden ser varios: ansiedad, frustración,
aburrimiento, ira, felicidad, etc.
¿Por qué sucede esto y como se va desarrollando en el
cerebro?
El proceso en el cerebro
Las conductas dirigidas a un objetivo comienzan el la corteza prefrontal del cerebro, pero la repetición
sistemática hace que se grabe en el estriado
dorsal.
Un ejemplo, tú decides comenzar a realizar una serie de
ejercicios físicos al levantarte (esto lo resuelve la corteza prefrontal). De
forma que todas las mañanas te despiertas y lo primero que haces son una serie
de abdominales, así todos los días, la eventual repetición graba este
comportamiento en el estriado dorsal, lo que lo convierte en un comportamiento
de estímulo-respuesta.
Ya no necesitaras de la corteza prefrontal para iniciar los
ejercicios. Cuando te despiertes, harás automáticamente esos 30 abdominales.
Porque despertar es el estímulo y los 30 abdominales la
respuesta.
En nuestra dieta es exactamente lo mismo, muchas malas
decisiones y hábitos poco saludables en primera instancia dirigidas a un
objetivo (alimentarse), terminan por grabarse en nuestro estriado dorsal y se
convierten en un comportamiento de estímulo-respuesta. Lo que hace
prácticamente imposible que esta conducta no se repita.
Además, en parte de este proceso también interviene el estriado ventral liberando dopamina, que provoca
la alteración de las neuronas, las vías nerviosas y otros elementos funcionales
del cerebro.
La dopamina
La dopamina ocasiona que el estriado dorsal tenga aún más
probabilidades de repetir la acción en el futuro y se explica de la siguiente
manera: la dopamina hace que el deseo de comer se
convierta en más placentero que comer.
Esta es la causa de porqué los comedores compulsivos comen más allá
de lo que sería una experiencia agradable. En realidad, es por la obsesión a la
dopamina extra que se libera, debido a la señal de recompensa.
Tanto en los comedores compulsivos como el resto de las
adicciones (alcohólicos, drogadictos, etc.) la dopamina funciona de la misma manera.
Esto no ocurre en los comedores normales, dado que la
corteza prefrontal actúa como una alarma, un controlador de los impulsos.
Para finalizar
Dado que la corteza prefrontal de las personas que comen normalmente tienen el
control de impulsos, éstas no entienden porqué el comedor compulsivo no puede hacer lo
mismo. Es por eso que la gente piensa que el comer compulsivamente es un
defecto de carácter, cuando en realidad es un problema funcional del cerebro.
Esto es muy perjudicial porque la auto-percepción está
determinada, en parte, por la forma en que creemos que nos perciben los demás.
Por tanto, este estigma social erosiona la autoestima, lo
que aumenta es estrés y disminuye la serotonina. Esto último afecta la corteza
prefrontal, lo que hace que se siga agravando este comportamiento compulsivo.