Las personas obesas a menudo desarrollan problemas con la
apnea obstructiva y central del sueño, los dos trastornos del sueño más
comunes, así como problemas de salud relacionados con la diabetes tipo 2,
enfermedades del corazón y la osteoartritis. De hecho, un reciente estudio
realizado en Estados Unidos y Canadá indica que el 30% de los adultos reportan
sueño insuficiente y somnolencia diurna. Teniendo en cuenta que las encuestas muestran
que el 26% de estas personas son obesas y el 37% tiene sobrepeso, no es nada
sorprendente el vínculo entre el sueño y la obesidad.
Si bien en los últimos tiempos se ha avanzado mucho en esta
área, todavía no está del todo claro como la obesidad y el sueño están
relacionados. Una hipótesis sugiere que el sueño alterado puede afectar las
hormonas que activan los niveles de energía que regulan el cuerpo. La otra
hipótesis se centra en el impacto que el mal sueño puede tener en el estilo de
vida, como en la dieta y el ejercicio, ya que la fatiga hace que dediquemos
menos tiempo a practicar ejercicios y a comer con sensatez.
Teniendo en cuenta el cambio general que ha habido en el
trabajo hacia ocupaciones más sedentarias, obtener la cantidad mínima de
ejercicio moderado necesario para mantenerse saludable (aproximadamente 150
minutos por semana según las directrices de salud) es cada vez más difícil para
la mayoría de la gente. Si se añade la fatiga que proviene de un sueño
inadecuado, junto con los problemas asociados con el exceso de peso, no es de
extrañar que el mal sueño y la obesidad a menudo vayan juntos.
Un nuevo estudio publicado en la revista ‘Health Psychology’
examinó el vínculo sueño/obesidad en una muestra de casi nueve mil adultos
australianos.
La investigación
Un grupo de investigadores de la Universidad de
Wollongong (Australia), utilizó datos extraídos de la Encuesta de Dinámica de
Trabajadores de Australia (HILDA), que se realiza todos los años desde 2001. La Encuesta HILDA ha
estado recopilando información sobre dinámica familiar y salud a través de entrevistas personales y
cuestionarios con más de 16 mil adultos.
Junto con la información sobre los factores de salud y
estilo de vida, se incluye el índice de masa corporal (IMC), las medidas de la
circunferencia de la cintura, los niveles de actividad física y la historia
general de salud. La encuesta HILDA ha incorporado recientemente diferentes
medidas de la calidad del sueño. Esto incluye el número promedio de horas de
sueño por noche, la cantidad de veces que los participantes se despiertan en la
noche, el tiempo medio necesario para dormir, etc. También se les pidió a los
participantes que calificaran su calidad general del sueño, y si eran propensos
a la somnolencia diurna.
Para analizar los resultados, los participantes fueron
catalogados en cinco grupos diferentes dependiendo de la calidad del sueño:
a.) Calidad de sueño deficiente: frecuentes trastornos del
sueño por la noche, aumento de la somnolencia diurna, mayor uso de medicamentos
para dormir, ronquidos problemáticos y duración de sueño corta (seis horas o
menos por noche). Aproximadamente el 20 % de los participantes cayeron en esta
categoría.
b.) Trastornos frecuentes del sueño: generalmente reportan
buena calidad de sueño en general, pero igualmente reconocen una alta tasa de
trastornos del sueño (despertar frecuentemente por la noche y problemas para
volver a dormir). Este grupo representó otro 19.2 % de los participantes.
c.) Escasos problemas con el sueño: reportan buena calidad
del mismo con problemas ocasionales, como dificultad para conciliar el sueño y
despertarse por la noche. Este grupo abarcó el 24,5% de los participantes.
d.) Sueño de larga duración: en general tienen un sueño de
buena calidad, con episodios infrecuentes de sueño perturbado. Llamados “de
larga duración” debido a que son
personas que duermen más horas que el promedio. Representó el 9,6% de
todos los participantes.
e.) Buenos durmientes: sueño de buena calidad, muy pocos
trastornos del sueño, pocos episodios de somnolencia diurna, capaz de dormir
sin necesidad de somníferos, y un promedio de siete a ocho horas por noche.
Este es el grupo más grande que representa el 26.7% del total de participantes.
En promedio, las personas del grupo “a” tenían medidas más
altas en el Índice de Masa Corporal (IMC) y en la circunferencia de la cintura,
seguidos por los integrantes del grupo “b”. En la otra punta, el grupo “e”
mostró el IMC más bajo, seguidos por el grupo “d”.
Al mismo tiempo, los integrantes del grupo “a” y “b” también
mostraron bajos niveles de actividad física. Curiosamente, el grupo “d” también
mostró niveles bajos en actividad física a pesar de sus relativamente buenas
puntuaciones de IMC y circunferencia de cintura.
Los autores señalan que es probable que haya un vínculo de
dos vías entre el mal sueño y la obesidad. Mientras que el sueño pobre puede
conducir a la obesidad al afectar los niveles hormonales y/o factores de estilo
de vida, la obesidad también puede conducir a un mal sueño debido a apnea del
sueño, artritis y otros problemas de salud relacionados con la obesidad.
Referencia:
https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/27175575
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