Para comenzar hay que recordar que la vitamina D es la responsable de la regulación de los niveles de calcio y fósforo en la sangre; promueve la absorción intestinal y su reabsorción renal. De ella depende, en última instancia, que los huesos se calcifiquen debidamente, por lo que también ha sido denominada vitamina antirraquítica. Se puede obtener de la dieta (huevos, leche, hígados), pero la mayor parte de la vitamina D procede de esteroides (colesterol principalmente) y para su producción se requiere la incidencia de rayos ultravioleta en la piel.
Durante el embarazo, y en mayor medida aún durante la lactancia, las necesidades de calcio de una mujer casi se duplican con respecto a las de un hombre de la misma edad. El calcio y el fosfato almacenados en sus huesos se movilizan a gran escala para ayudar a construir el esqueleto del recién nacido. Por esa razón, necesita reponer los depósitos fisiológicos de calcio en sus propios huesos y para ello debe aumentar la ingestión y absorción de calcio. Si no cuenta con la suficiente vitamina D, la absorción de calcio se resiente y tanto sus huesos como los del recién nacido sufren las consecuencias.
Si la deficiencia en vitamina D es severa, los huesos del bebé no se endurecen debidamente, lo que conduce a las deformidades características del raquitismo. La madre, aunque se ve afectada en menor medida, también sufre de adelgazamiento y reblandecimiento de los huesos (osteomalacia) como consecuencia de la falta de calcio, lo que le debilita su esqueleto y aumenta el riesgo de sufrir fracturas óseas años después.
La evolución de la especie
La evolución ha actuado de manera que las madres sean capaces de producir la suficiente vitamina D en su piel. Lo ha hecho seleccionando las mujeres que son algo más claras que los hombres bajo las mismas condiciones. Gracias a esa piel más clara, las mujeres pueden producir algo más de vitamina D que los hombres bajo el mismo nivel de exposición a las radiaciones ultravioleta (UVR) y debido a ello, mejoran la absorción de calcio y elevan la probabilidad de que su progenie sobreviva y se encuentre en condiciones de salud adecuadas para, a su vez, reproducirse. Dicho de otra forma, las mujeres que tuvieron la piel demasiado oscura tuvieron mayor probabilidad de dar a luz y criar hijos con raquitismo, lo que, con toda seguridad, impidió su reproducción o la limitó de forma severa.
Por lo tanto, las mujeres mantienen un delicado balance con respecto a la selección natural en este aspecto. Han de tener la piel lo suficientemente oscura como para proteger su ácido fólico y su ADN de la acción dañina de las radiaciones ultravioletas, pero a la vez, han de mantenerla lo suficientemente clara como para maximizar la producción de vitamina D. Se trata de un dilema adaptativo muy delicado, ya que es preciso establecer un compromiso biológico efectivo que asegure la supervivencia de la especie.
La teoría de la selección sexual
Los argumentos fisiológicos no excluyen el posible concurso de la selección sexual como factor que ha contribuido a generar el dimorfismo sexual en la pigmentación de la piel. Sin embargo, parece improbable que la selección sexual por sí misma sea la responsable única de tal diferenciación. No podría haber actuado en aquellos casos en los que la diferencia de color entre hombres y mujeres existe pero no es detectable a simple vista, aunque es perfectamente posible que la preferencia masculina por mujeres con la piel más clara haya acentuado la disparidad en coloración que había sido previamente establecida mediante selección natural. Muchas sociedades expresan preferencias por las mujeres de piel clara, preferencias que son promovidas de manera intensa por la publicidad de cremas que aclaran la piel, tanto en países industrializados como en países en vías de desarrollo.