Hace muchos años que los científicos tienen conocimiento de la conexión entre el cerebro y el intestino. Es ampliamente conocido que una depresión nos puede distorsionar el apetito o también estar vinculada a problemas como diarrea o estreñimiento.
Sin embargo, hasta hace no muchos años los investigadores
creían que la comunicación entre estos dos órganos era de una sola manera:
desde el cerebro hasta el intestino. Pero algunas investigaciones realizadas
sobre la flora microbiana intestinal humana han revelado que este proceso de
comunicación es similar a muchos otros procesos neurológicos, de ida y vuelta, es
decir, del cerebro al intestino y del intestino al cerebro.
También se sabe que haciendo cambios en la flora microbiana
intestinal (conjunto de bacterias que viven en nuestro intestino) es posible
modificar el comportamiento humano. Esto está cambiando la forma de entender
tanto los trastornos mentales como los desórdenes de alimentación.
Es sabido que cierta exposición de recién nacidos y niños
pequeños es fundamental para el desarrollo de una flora intestinal robusta y
que esto tiene un impacto determinante sobre el desarrollo y la función del
tracto gastrointestinal, sistema inmunológico, neuroendocrino y los sistemas
metabólicos.
Además, investigaciones en animales demuestran que la
administración de antimicrobianos orales en ratones libres de patógenos provoca
una modificación transitoria de la composición de la flora intestinal y que
paralelamente se alteran algunas proteínas en el hipocampo implicadas en el
desarrollo de estados de ansiedad y estrés. También se observó que después de
esto, en algunos ratones adultos no había una rápida vuelta a la normalidad en la
flora bacteriana y que durante este tiempo se producía una adaptación a los
niveles de estrés y ansiedad.
Si tenemos en cuenta la cantidad de antibióticos que
rutinariamente consumen las personas, deberíamos preocuparnos en la incidencia
que estos productos pudieran tener en las distintas enfermedades mentales entre
la población.
Afortunadamente también hay evidencia de que si ajustamos el
nivel de estas bacterias podemos producir importantes cambios conductuales y
psicológicos. En un reciente estudio, ratones con estrés inducido fueron
dosificados con el probiótoco Lactobacilo rhamnosus, estos mostraron niveles
más bajos de ansiedad, disminución de las hormonas del estrés e incluso cambios
en los receptores del cerebro de neurotransmisores vitales para la
reducción de los estados de ansiedad.
Es indudable que el uso de probióticos para el tratamiento
del comportamiento humano es cada vez más evidente. En 2013 científicos de la UCLA realizaron un estudio con un grupo
de mujeres que consumieron una bebida con cuatro cepas probióticas durante
cuatro semanas, pasado ese tiempo las participantes mostraron una actividad sustancialmente menor en las redes
neuronales que se alteran en una situación de estrés.
Hasta que se publicó el estudio de la UCLA la idea de que las bacterias
probióticas administradas al intestino podrían influir en el comportamiento de
las personas parecía algo poco realista.
Sin duda que la capacidad de los
probióticos de afectar los procesos cerebrales humanos es uno de los más
emocionantes acontecimientos recientes de la investigación científica.