Durante décadas, la mayoría de los investigadores,
entrenadores y atletas estaban
convencidos de que realizar una actividad física vigorosa u otra actividad
extenuante, podía dejar al cuerpo tan fatigado que no podría combatir los virus
del resfrío y otros microbios que causan infecciones.
La ciencia apoyó esta idea, ya que en los años 80, una serie
de estudios de corredores de maratón descubrió que muchos de ellos
informaron haber desarrollado resfriados en los días y semanas inmediatamente
posteriores a la carrera. La incidencia de enfermedades era mucho más alta que
entre otros miembros de sus familias no corredores o la población en general.
Con esos hallazgos, otros científicos comenzaron a observar
el funcionamiento del sistema inmune de los atletas durante y después de
eventos extenuantes. La investigación mostró que se produjeron cambios, algunos
de ellos drásticos. Durante un evento, como un maratón por ejemplo, las células
inmunes inundaban el torrente sanguíneo de los atletas.
Para cuando la carrera terminara, el torrente sanguíneo de
los corredores estaba repleto de células inmunes adicionales.
Pero en unas pocas horas, el número de muchas de esas
células inmunes en el torrente sanguíneo colapsaría, según los estudios, caían
a niveles mucho más bajos que antes del evento.
Los científicos interpretaron que estos hallazgos significan
que los esfuerzos físicos de los corredores habían matado a un gran número de
sus células inmunes y creado lo que algunos investigadores denominaron una
"ventana abierta" de supresión inmune que podría permitir que los
gérmenes se infiltraran sin oposición.
Esa idea se convirtió en una doctrina establecida en el
ejercicio de la ciencia y el deporte.
Pero hace ya tiempo que los investigadores se volvieron escépticos
a esta idea. Pensaron que, desde el punto de vista evolutivo, la supresión
inmune después del ejercicio extenuante tenía poco sentido. Los primeros
humanos a menudo tenían que perseguir a sus presas o huir de los depredadores,
abriéndose heridas en la fuga. Si experimentaban una respuesta inmune
debilitada al mismo tiempo, estaban en grave peligro.
Se pensó que las técnicas científicas
desarrolladas en las últimas décadas podría ofrecer información más actualizada
sobre lo que realmente estaba sucediendo dentro de los cuerpos de los cansados
atletas.
Así que para la nueva revisión, que se publicó este mes en “Frontiers
in Immunology”, reunieron y analizaron una amplia variedad de estudios
recientes y utilizaron esos hallazgos para reconsiderar qué hace el ejercicio
al sistema inmune en el corto plazo.
Los estudios originales de los años 80 se habían basado en autoinformes
de los corredores sobre las enfermedades. Pero los experimentos más recientes
que realmente analizaron la saliva, mostraron que menos de un tercio de los
corredores que pensaron que se habían resfriado realmente lo hicieron.
Estadísticamente, sus probabilidades de enfermar eran más o menos las mismas que
las de cualquier otra persona.
Los atletas probablemente malinterpretaron alergias en sus
vías respiratorias después de la carrera como un resfriado, dice John Campbell,
profesor de la Universidad de Bath y coautor de la nueva revisión.
Mientras tanto, los científicos encontraron que los nuevos
estudios técnicamente sofisticados que usan animales socavan otros aspectos del
dogma sobre el ejercicio y la inmunidad.
En estos estudios, se tiñeron las células inmunitarias de
los ratones, lo que permitió a los científicos rastrear su ubicación. Cuando
los ratones corrieron, posteriormente, muchas de las células se movieron de
varios tejidos al torrente sanguíneo, como sucede en las personas.
Pero después del ejercicio, estas células no murieron en
masa. En cambio, el seguimiento reveló que se trasladaron a otro lugar,
migrando a las entrañas o pulmones de los animales, porciones del cuerpo que se
podría esperar que necesiten ayuda inmunitaria adicional después del ejercicio
intenso. Unas pocas células inmunes también fluyeron a la médula ósea, donde se piensa que activaban células madre para crear células
inmunitarias adicionales.
En esencia, el sistema inmune de los roedores había
reforzado sus defensas en áreas vulnerables del cuerpo después del ejercicio al
redirigir las células de la sangre.
Si bien este seguimiento en vivo de células inmunes después
del ejercicio no se ha hecho en humanos,
los investigadores sospechan que este escenario explicaría por qué los niveles de
células inmunes en la sangre de los atletas vuelven a la normalidad dentro de,
aproximadamente, 24 horas después de una carrera. “El cuerpo no puede
reemplazar las células tan rápido, entonces deben regresar a la sangre desde
otros lugares”.
"La gente no debería posponer el ejercicio por temor a
que bajen las defensas de su organismo, ya que esto no ocurre", asegura el Dr. Campbell. "El
ejercicio es bueno para el sistema inmunológico".
Referencia:
https://www.frontiersin.org/articles/10.3389/fimmu.2018.00648/full
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