Lo normal debería ser que sintiésemos hambre cuando nuestro estómago está vacío, pero no es así de simple, ocurre que a veces el hambre viene de la mente, no de nuestro estómago.
Todos sabemos el riesgo que representa la obesidad para la
salud, ya que está fuertemente relacionada con enfermedades al corazón,
derrames cerebrales, diabetes tipo 2 y a algunos tipos de cáncer. El intento por
combatir esta tendencia hace que muchas personas incurran en dietas, por
ejemplo, en los países desarrollados se estima que, en este mismo momento, el
35% de las mujeres y el 20% de los hombres están intentando adelgazar. Sin
embargo, el 95% de lo perdido en una dieta se recupera en un período de 1 a 5 años. ¿Por qué tanta
gente tiene problemas para mantenerse en un peso saludable?
Los humanos evolucionamos anhelando consumir azúcar ya que
significaba, en tiempos de escasez, la energía necesaria para nuestro organismo
y en especial para nuestros cerebros. Sin embargo, en la actualidad con un
consumo de azúcar más que abundante, el resultado es que su exceso se acumula
en nuestro cuerpo en forma de grasa. Pero a pesar de la mayor disponibilidad de
azúcar en los productos que generalmente consumimos ¿por qué seguimos comiendo
después de que nuestros cuerpos han adquirido la suficiente energía? ¿Por qué
seguimos comiendo incluso con el estómago lleno? Sin dudas que aquí hay fuertes
razones psicológicas para que esto ocurra.
Tipos de señales para seguir comiendo
Pensar que las personas tienen hambre cuando sus estómagos
están vacíos y se sienten satisfechas cuando sus estómagos están llenos, es una
parte de la historia. Las señales fisiológicas relacionas con el estómago lleno
o vacío se conocen como señales internas. Sin embargo, hay señales externas que
pueden inducir a comer también, estas señales externas están divididas en dos
categorías: señales perceptivas, por ejemplo, el tamaño y el aspecto estético
de la comida y las señales sensoriales como el gusto y el olfato.
Distintos estudios han demostrado que lo obesos son más
sensibles a las señales externas y menos sensibles a los estímulos internos, por
tanto, son más propensos a comer incluso cuando su cuerpo no está enviando
señales fisiológicas de seguir comiendo.
Algunos investigadores sugieren que dentro de las señales
externas, las señales perceptivas nos afectan a todos, en cambio son las
señales sensoriales las que más afectan a las personas obesas.
Señales sensoriales externas
Las señales sensoriales desafían el concepto simple de que
comemos cuando tenemos hambre y dejamos de comer cuando nos sentimos llenos.
Por ejemplo, en un estudio realizado en la Universidad de Harvard
hace unos años tomaron dos grupos de personas, al primer grupo le dieron algún
tipo de señal sensorial, el segundo grupo no recibió ningún estímulo. Al primer
grupo, las diferentes señales sensoriales incluyeron sabor (probar un trozo de
chocolate), vista (visualización de una tableta de chocolate) y cognitiva (leer
la descripción del envoltorio de la tableta).
El resultado determinó que la presencia de señales
sensoriales aumentó significativamente el deseo de los participantes de comer
chocolate, además, estas personas consumieron más chocolate que las del segundo
grupo, indistintamente del estímulo presentado.
Esto indica que una variedad de
señales sensoriales externas puede influir en las personas a consumir
alimentos independientemente de si tienen o no hambre.
Señales perceptivas externas
En términos generales, la gente tiende a terminar la comida de
su plato, esto quiere decir que a porciones más grandes más consumo.
Por ejemplo, las porciones en Estados Unidos son más grandes que en
Francia, por citar algunas: los refrescos son un 30% más grandes, las
golosinas son un 35% más grandes, los pacs de yogur son casi un 80% más grandes.
Esto, en parte, se refleja en la tasa de obesidad de Estados Unidos que es del
35%, mientras que la de Francia es del 8%.
El profesor de la Universidad de Yale, Brian Wansik, realizó en
2009 un experimento en el cual los pacientes ingresados en un hospital fueron
inducidos a consumir muy disímiles cantidades de sopa, haciéndoles creer que
todos consumían la misma cantidad (la trampa estaba en los platos, que tenían
el mismo tamaño pero distinta capacidad). Algunos participantes consumieron
hasta un 60% más, sin embargo no se detectaron en los pacientes grandes diferencias en la percepción de saciedad.
Esto demuestra como la saciedad no se define necesariamente por la cantidad de
lo que comemos, sino más bien por los criterios y expectativas de consumo.
Señales sociales
Además de las señales sensoriales y perceptivas, la
socialización es otro factor externo que puede influir en nuestros
comportamientos alimentarios. Una investigación realizada con estudiantes
universitarios constató que a la hora de comer con otras personas, no sólo
ingirieron más alimentos que cuándo comieron solos, sino que la diferencia más
importante estuvo en lo que bebieron. Cuando comieron en compañía de otras
personas (amigos, etc.) los estudiantes consumieron mucho más alcohol, bebidas azucaradas
y otros tipos de bebidas de alto contenido calórico, lo que hizo que la ingesta
total de calorías (sumadas bebidas y alimentos) supusiera hasta un 60% más que
cuando comían solos.
Pero además, en una encuesta posterior quedó en
claro que los estudiantes no fueron conscientes de estas señales, ya que
aseguraron que no comieron más de lo que generalmente lo hacían. O sea, no fueron
consientes de los factores externos; dicha falta de consciencia es lo que hace
difícil atenuar estas influencias en la ingesta excesiva de calorías.
Estrés y ansiedad
Existen algunos otros factores que pueden llevarnos a comer de más, entre ellos, se destacan
ampliamente el estrés y los estados de ansiedad. Está largamente comprobado que
el estrés está asociado a una mayor sensación de hambre y a una mayor
desinhibición a la hora de comer, esto hace que todo esfuerzo para regular el
apetito sea inútil. Además, por lo general, las personas con estrés y ansiedad
tienden a elegir alimentos dulces y ricos en grasas, por tanto, con un alto
contenido calórico.
Para terminar
En la evaluación de la naturaleza del problema, es importante
entender la forma en que determinamos si tenemos hambre, si debemos comer o no
y lo que debemos comer; sin dudas que esto puede llegar a ser muy complejo. Por
otra parte, lo que comemos está fuertemente influenciado por factores
emocionales, tales como las señales que hemos visto en este artículo, además
de la memoria de nuestras comidas pasadas y nuestra actitud cultural frente a
la comida. Es por ello que a partir de observar en profundidad estos procesos
psicológicos, tal vez podamos elaborar una solución más eficaz en el sentido
de identificar nuestros puntos débiles en el combate a la obesidad.